En la caverna de Platón, Susan Sontag

La invención de la fotografía en 1839 introdujo un nuevo tipo de imagen a nuestro entorno que parece estar más cercana a la realidad que cualquier otra imagen, sin embargo, Sontag las relaciona con la caverna platónica en cuanto que es una verdad limitada que esconde más de lo que muestra. Dada esta ilusoria cercanía a la realidad inherente a la fotografía, su práctica se habría convertido en una forma de apropiarse ingenuamente de las experiencias, es decir: de coleccionarlas. Este afán humano por coleccionar objetos tiene que ver con el desarrollo de una identidad, pero la fotografía no es sólo coleccionar objetos, es coleccionar un fragmento de la realidad temporal, de la vida. Coleccionar es poseer, de manera que la fotografía encarna el anhelo de aprehender momentos y experiencias frente a la angustia del paso inevitable del tiempo, podríamos considerar que la fotografía es, de hecho, un momento que ha muerto. Al fotografiar, el ojo intenta, en efecto, reafirmar que la vida le pertenece. Debido a la necesidad obsesiva de la mayoría por captar momentos aleatorios y el rápido avance tecnológico de la fotografía que la vuelve accesible a casi todo el público, no es raro que se haya vuelto la principal forma de documentación popular. La experiencia se traduce en fotografía como prueba de una vivencia que se opone a lo inasible. Esta masificación da lugar a la posibilidad de expresiones creativas que pueden derivar en arte, si bien la misma tiene como principal repercusión la saturación del medio con imágenes basura. En palabras de Sontag “(la fotografía) es sobre todo un rito social, una protección contra la ansiedad y un instrumento de poder”.

El acto fotográfico está estrechamente ligado con el poder en cuanto a su naturaleza agresiva independientemente de su cualidad activa o pasiva. Sontag lo ha relacionado con el cazador que acecha a su presa, dispara y colecciona trofeos, la cámara es su arma y no hay arma más automática que ésta. Durante el acto fotográfico, la pasividad es una agresión por implicar la no intervención a favor del hecho fotográfico misma que se opone a la participación simbólica. Tomar una fotografía es un acto pasivo en el mundo de lo real y activo en el mundo simbólico. El acto es participar de algo, una intervención que puede tener repercusiones en la realidad. Cuando un fotógrafo debe optar entre la vida y la fotografía, éste interviene por omisión porque fotografiar es dotar de importancia y optar por la imagen sobre el momento y, en ocasiones, sobre la vida misma. El acto puede ser letal a menos que se opte por la vida sobre la fotografía. 


Para concluir, aunque me gustaría extenderme específicamente en el tema de la cosificación de la mujer a través de la fotografía, me parece adecuado abstenerme para reflexionar al respecto en un futuro ensayo capítulo. Por último me parece relevante señalar las contradicciones que abundan en el primer capítulo, la autora ve a la fotografía como una serie de conceptos opuestos y duales que la vuelven absoluta y al mismo tiempo relativa: la fotografía es una pseudopresencia-ausencia, una verdad que miente, una porción de tiempo y espacio, que adormece y despierta a la conciencia, muestra y opaca la realidad y certificada la experiencia a la vez que la rechaza.

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